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A
lberto
S
antos
C
ancelas
El Hércules de Santa Tegra y el
middle-ground
de la religión castreña
102
PYRENAE,
núm.
46
vol.
1
(2015)
 ISSN: 0079-8215 EISSN: 2339-9171 (p. 87-107)
por poseer solo tres claras en la zona meridional,
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pese a que nos permitirían establecer
otro paralelo con la evolución que ofrece el caso bátavo (Roymans, 2009: 226-231), para
centrarme en otro tipo de manifestación. Me refiero a las dedicatorias a Mercurio (RAP
409, CIRG II 74, 122, 138, 140, CIL 2407) y los lares viales (CIRG II, 109, 117, 121) que,
como en otros puntos del noroeste, son sospechosamente numerosas y resultan bastante
interesantes por las connotaciones psicopompas de la divinidad romana; de los lares via-
les se ha sugerido que podrían estar representando el papel de una divinidad del tránsito
(Prosper, 2002: 277-281). Creo firmemente que, si tenemos en cuenta ese carácter de los
entes divinos reflejados por la teonimia, juntamente con su ubicación en ámbitos rurales y
espacios liminales,
44
estas dedicatorias podrían estar reflejando una geografía de la muerte,
operativa en época castreña, y que solo ahora se hace visible mediante la epigrafía.
45
Desde
este punto de vista, podría parecer que estamos ante una pervivencia (resistencia) de una
realidad ideológica autóctona, pero se ha de tener en cuenta que se trata de una mani-
festación que utiliza representaciones romanas y que, por tanto, está construyendo una
identidad que reivindica para sí un grado de romanidad. No se trata simplemente de que se
haya vestido a la romana una realidad religiosa indígena, en el sentido de que esta oculte
una «pureza» de estructuras inalteradas durante el tiempo.
46
La plasmación de divinidades
romanas implica también su apropiación y un deseo de construir una nueva identidad que
incorpore estos elementos. Que en este territorio existan también dedicaciones a Bandua,
Coso o Aerno,
47
no demuestra que se estén oponiendo ambas representaciones, sino que
entre ellas existió algún tipo de relación ideológica que
tuvo
que responder a unos intereses
determinados y evidencia una redefinición de las creencias locales.
Creo que estos ejemplos ilustran bien mi propuesta de que, a diferencia de lo que
propone Olivares Pedreño, no podemos categorizar las manifestaciones religiosas de estos
momentos como indígenas o romanas, en el sentido de que no encontramos pruebas de
43.
Una en Tui (CIRG II 115), el
castellum Tyde
que Plinio identifica como griego; dos, en Viana do Castelo (CIL 2463),
donde recordemos que también se había hallado una dedicatoria a Hércules, y una en Braga (RAP 224).
44.
Muchos de estos epígrafes se han hallado en zonas cercanas a la costa o bien en estribaciones de media altura
vinculadas a vías de comunicación que aparecen destacadas como lugares sobresignificados simbólicamente
desde la Edad del Bronce (González Ruibal, 2006-2007: 137-146).
45.
Ciertamente esta afirmación merecería una mayor argumentación, dado que lo único que sabemos con seguridad
sobre el horizonte funerario castreño es su absoluta invisibilidad. Sin embargo, aquí no puedo dedicar más espacio
a argumentar estas cuestiones que abordo en mi proyecto de tesis doctoral. Por lo que, por ahora, solo puedo
señalar que existen testimonios que me llevan a sospechar que en época castreña fue operativa una geografía
simbólica de la muerte, que vinculaba ciertos espacios —con los que se relacionan estos epígrafes— con lugares
de tránsito. A modo de ejemplo, quiero citar el pasaje de Estrabón (III.3.7) según el cual los «montañeses» aban-
donan a los enfermos en las encrucijadas para que sean sanados por otros que padecieron esta enfermedad.
Este sería posiblemente un escenario de ritualidad, no comprendido por el geógrafo griego, que implicaría la
exposición de cadáveres en puntos de tránsito, espacios con los que normalmente se relacionan divinidades
psicopompas y donde en el noroeste encontramos la interesante tipología escultórica de los bifaces (González
Ruibal, 2006-2007: 560-567).
46.
Por otro lado nunca existieron en ningún momento ni en ninguna manifestación religiosa, ya que el pasado (recuer-
do fundacional o mítico) se piensa, como ya se ha señalado, desde el presente. No es una realidad natural, sino
un fenómeno de redefinición retrospectiva situacional y altamente interesado (Assmann, 2011).
47.
Cuyo número es muy inferior al de otras zonas del occidente peninsular (
cf.
Prosper, 2002).